La autopista estaba desierta, solamente resonaban mis pasos contra el asfalto y el viento que soplaba con fuerza contra mí, como queriendo echarme, como queriéndome decir “da media vuelta sobre tus talones y nunca más te acerques aquí”, pero me dijera lo que me dijera, no me intimidaba él, lo hacia mi conciencia.
El sol se comenzaba a ocultar en el horizonte, la noche llegó de puntillas, casi me sorprendió. Eché la espalda contra uno de los quitamiedos que flanqueaban la carretera.
“Les daré unas horas más, sólo unas pocas, hasta que el sol vuelva a salir,” a lo lejos ya podía distinguir la ciudad. Volví a mirarme las manos, cada vez las veía más cargadas de vida, pero no la mía claro, sino la de los demás “ninguna de esas almas irá a ningún lado, ¿verdad?” dirigí mi pregunta a la katana que sostenía sobre una de mis manos, no me contestó como de costumbre, pero era cierto, los que ella tocaba quedaban marcados, condenados a marchitarse por completo.
“Las estrellas brillan como salpicaduras de plata esta noche, Anabel...
Como echo de menos tu música en estos momentos."
Los tanques guardaban la entrada principal, se sabía que vendría por allí, siempre lo hacía. Toda ella era un parapeto para los militares, tenían intención de darle con todo a la vez, en otras ocasiones se habían intentado tácticas diferentes, trampas dentro de la ciudad, pequeños grupos divididos para atacar por sorpresa desde diversos puntos, hasta se bombardeó una de ellas, y lo único que consiguieron fue pérdidas materiales multimillonarias y muchas vidas humanas malgastadas, aquel “hombre” era imparable. Con aquella, se habían desalojado ya cinco ciudades, todos los que estaban allí sabían que se tenía que intentar o en algún momento llegaría hasta la población civil, y aquello sería un desastre, como sucedió al principio cuando no se le tenía en cuenta.
Abría alrededor de unos mil hombres armados y los generales daban instrucciones a sus respectivos pelotones. Muchos no sabían bien que decir, que instrucciones dar, eran un millar de hombres contra uno solo y sin embrago, era como pelear contra un dios, cuando un grito metálico altero la poca calma que quedaba.
-¡¡¡ Kurai tamashī!!!- gritaba un soldado de avanzadilla desde los Walkies- se acerca viene caminando, estará a tiro en una hora. ¡Corto!
Así lo llamaban todos, el mismo se puso el sobrenombre de Alma Oscura, pero como su único arma visible era una espada oriental (pese a que sus rasgos fueran occidentales) se le llamaba Alma Oscura en Japonés: Kurai tamashī.
Todos sin excepción tomaron un puesto. Un nido de ametralladoras en la azotea de algún edificio, algún parapeto. Absolutamente todos se posicionaron, cuando alrededor de una hora se distinguió por el horizonte una silueta envuelta en lo que parecía un abrigo negro.
-¡Fuego!
Los tanques corrigieron la posición de los cañones para disparar al blanco, seguidamente descargaron una andanada de obuses, luego otra y otra más. Todas ellas parecían impactar en el objetivo hasta que uno de los tanques voló por los aires dividido en dos trozos. Ya estaba allí. Entre la humareda y el fuego se podían vislumbrar sus ojos ardiendo con llamas azules y el brillo de una hoja curva llena de pálida rabia. Unos tras otros, los tanques fueron cortados como la mantequilla, los pilotos y artilleros escapaban a toda prisa a guarecerse tras las filas de infantería, que nada podían hacer ya que entre las llamaradas y el humo, solo se veían ráfagas de una sombra que se desplazaba a una velocidad endiablada entre explosión y explosión. Muchos hombres, invadidos por el pánico, escaparon ciudad adentro confiando en encontrar un refugio donde jamás le encontrase aquel monstruo, aquella criatura salida de las más profundas pesadillas, que en ese instante arrastraba la espada tras de sí dejando un surco en el suelo hasta dejarse ver de nuevo por los soldados.
-Luchad por vuestras vidas – dijo con voz ronca.
Las ametralladoras silbaron, los fusiles parecían entonar cánticos y Tamashï recibía todos y cada uno de los proyectiles sin inmutarse.
- Joder ese tío es inmortal – decía uno con voz temblorosa.
- ¡Por dios! ¿por qué no se muere? – gritaba otro.
- ¡Mierda, mierda, mierda!- farfullaba un tercero mientras cambiaba de cargador.
Apenas unos cuantos comentaban lo que le pasaban por la cabeza a todos, hasta que un soldado salió corriendo desde uno de los nidos de ametralladoras hacia Alma Oscura. Todos detuvieron la ráfaga de disparos, para no herir a su compañero que completamente enfurecido corría hacia el enemigo desenfundando un puñal.
-Muérete de una vez maldito hijo de … - gritaba el soldado mientras alzaba el arma, pero en una décima de segundo, antes siquiera que terminara la frase Tamashï lanzó un golpe con la izquierda que impactó con la fuerza de un martillo hidráulico sobre el hombro de su oponente haciendo que los músculos se rompieran, que los huesos crepitaran reventando tendones y arterias hasta amputar el brazo que cayó a unos metros de donde estaban ambos y allí se quedó, inerte, sujetando aún el cuchillo en su mano.
El joven cayó arrugándose y gritando de dolor, tratando torpemente de tapar la hemorragia, pero la sangre bullía a borbotones, nada se podía hacer ya por él. Los soldados volvieron a apuntar para descargar una nueva ráfaga, demasiado tarde, en una finta casi imperceptible para ojo humano aquella pesadilla se plantó en uno de los parapetos varios hombres se precipitaron sobre él para intentar reducirlo cuerpo a cuerpo, y la katana silbo una y otra vez, la descargaba con fuerza y rapidez desde los costados, aquel filo partía, cortaba y rebanaba a aquellos hombres sin esfuerzo, hasta que al final bajo sus pies solo quedaron un montón cuerpos mutilados, algunos todavía vivos que gemían lastimosamente poco antes de que se les apagara la vida, tan pronto acabó con ellos, saltó sobre el grueso de las tropas pillándolas totalmente desorientadas, alzó un puño y lo cerró con fuerza. Seguidamente, en un radio de varios metros alrededor de él las rodillas de los soldados comenzaron a crujir. No se podían tener en pie y caían sobre el suelo como si sus cuerpos pesaran una tonelada y sus piernas no los pudieran sostener, todos gritaban, trataban de levantarse, pero era imposible por más fuerza que hicieran. Pronto, el peso que parecía estar sobre ellos se hizo tan intenso, tan insoportable que dejaron de moverse, se les entrecortaba la respiración y sus oídos comenzaban a sangrar, en apenas unos instantes todos lo que habían caído quedaron inertes.
Era miedo, autentico miedo el que atenazaba los corazones de todos los hombres que allí estaban. Paralizados, sabiendo lo que les esperaba. Lo habían intentado y habían fracasado, ni un solo rasguño en su cuerpo, nada que denotase cansancio, fatiga o algún tipo de herida. Nadie podía dar crédito a lo que sus ojos veían pero sin embargo allí estaba, de pie con la cabeza gacha y el puño aun cerrado a la altura del hombro, lo bajaba despacio, sabía que ya había ganado, solo una pequeña exhibición y unos pocos muertos le habían bastado para rendir a mil soldados que parecían ya solo esperar que fuera lo más rápido e indoloro posible.
- Lo siento tanto – dijo kurai allí en medio de más de una treintena de muertos y sin embargo sus palabras parecían sinceras.
Al caer la noche, no quedaba ni un solo superviviente, había matado a todos y cada uno, hasta a aquellos que creían estar a salvo en el escondrijo más insospechado de la ciudad. Entonces comenzó a silbar una triste melodía y a caminar. A silbar porque le ayudaba a callar los lamentos de los que había asesinado, que se repetían una y otra vez en su cabeza, y a caminar porque sabía que si se detenía volvería a dudar. A fin de cuentas era un humano con la responsabilidad de un dios.
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