No es la noche, ni es el invierno, ni la nieve virgen que cae de este cielo, el frío que se siente viene de dentro, de las entrañas mismas de los sentimientos alimentadas por un corazón de hielo, cuyas fisuras ya no los tapa el tiempo. Como una figura imperturbable permanece en eterno pensamiento, rodeado de grises y atormentados recuerdos, sin más visión futura que un tupido bosque de frondosos fresnos que ocultan los caminos a cualquier ojo diestro, mas uno de tantos nublados días una silueta irrumpió en aquel desierto, de ojos dulces y traviesos, labios tiernos y de caramelo, tiñendo el gris de colores diversos, con cabellos de color negro que caían como una cascada sobre sus hombros tersos, pintaba y dibujaba transformando la apatía en diversión, corría y cantaba con una melodiosa voz y la noche amaneció, el invierno cesó y la nieve dio paso a cantos de un ruiseñor. Entonces fue cuando la ninfa observó la figura oscura sentada en un tocón, a la cual con paso saltarín se acercó, ahora todo era luz y color a su alrededor, pero el hombre seguía sombrío y sin pasión, la muchacha con una mano su mejilla acarició y con una lágrima esta se humedeció, una pausa se hizo entre los dos hasta que la ninfa sonrío y en el pecho del muchacho se acurrucó, los fríos sentimientos se volvieron cálidos de amor, y al final el corazón de hielo latió.