Sentía las uñas frías al principio clavadas en mi pecho, como me desgarraban, como me surcaban hasta que empezaron a arder a medida que me iba arrancado la piel, se resistía, se aguantaba no quería separarse pero termino por ceder, poco a poco la despegaba del músculo, podía sentir como se arrancaba de cada fibra y como me dejaba la carne desnuda.
De forma lejana podía escuchar los ladridos dentro de mí, rabiosos, desorbitados y furioso.
Pasé los dedos por el tejido, estaba blando y suave, hasta que parecieron percibir mis intenciones y se tensaron como cables de acero, pero eso no me detuvo, metí los dedos entre las fibras y las rasgue con fuerza, me doble por un momento agachado por la impresión y el rojo de la sangre, pero no había dolor, no sentía dolor, nada en absoluto.
Una parte de la caja torácica quedó al descubierto, ahora sí que podía oír aquel perro ladrando con fuerza tras los barrotes de su jaula.
Apenas mis dedos llegaban a tocarlo, estaba húmedo, y malhumorado. me agarré con fuerza dos costillas, y estiré y estiré hasta que escuché un crack y las costillas salieron escurriendo el tuétano.
Introduje la mano en el hueco y los ladridos se transformaron en llantos, la rabia en amargura y mis dedos se deslizaron por su cuerpo palpitante, un ultimo esfuerzo y volví a tirar, las arterias no lo querían soltar lo agarraban como una madre a su hijo, pero al final se le resbaló de entre los dedos y sentí como salía de mi todo cuanto una persona podía albergar, soberbia, gula, ira, sentimientos de odio, la envidia, hasta la desidia. Y me quedé vacío con todo aquello y mucho más entre mis puños, los apreté con fuerza y sentí como explotaba entre mis dedos una fuente de sangre y vísceras.
Ahora ya no queda nada, después de tantos años estudiando la vida, de tantos años aprendiendo, aprendiendo a que uno se tiene que quedar vació y sin aliento.
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