domingo, 24 de abril de 2011

Cuatro de la mañana




Cuatro de la mañana.
El coche te ha llevado a algún lugar del que no sabes ni el nombre, como única compañía la música que truena de los altavoces.

El humo del cigarro se te escapa por los ollares, ni si quiera piensas que haces con un pitillo colgando de los dedos cuando nunca antes fumaste, pero parece delicioso ver quemar todos tus pesares.

Una botella de whisky desangrada a tus pies yace lamentándose, la observas desde el asiento, en silencio. Tus venas aún recuerdan como sabe.

Escuchas en la lejanía a tu inspiración gritando cosas que no puedes traducir y que solo tu corazón parece intuir, pero apatía y monotonía es lo único que él te sabe transmitir.

Oíste fuera en el frío a la mar crujir, así que sencillamente decides salir.

Hasta la orilla tus pies llevaste, mientras tus sesos no hacen más que preguntarte como demonios allí llegaste, en medio de una noche en la que el viento no deja de azotarte. Gritas contra el mundo no una sino varias son las veces que lo haces.
La arena se traga todo lo que en su contra tienes, descargas rabia y lagrimas hasta cansarte, la vida no sonríe a los navegantes que contracorriente fuertes se hacen.

¿Esperabas a caso clemencia pirata de mar errante cuando no hay sitio para ti en ninguna parte?

No la esperabas por eso miras la tierra desafiante, eres el vaivén de las olas, sal que de sus crestas nace, el viento que a veces acaricia a veces golpea incesante.

Por eso te levantas, por eso sigues adelante, por eso vuelves sobre tus andares y dejas a la orilla sola echando de menos cuando entre sus aguas navegaste.

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